domingo, diciembre 12, 2004

Una vez más...

Una vez más... Otra vez estoy aquí, tratando de expiar mis culpas, queriendo ahuyentar a los demonios de mi alma, resguardándome en la casa de un Dios tan bondadoso como ausente de mi vida... Una vez más veo a la figura obscura que entra al cubículo a un lado mío para interrogarme y ayudarme a descargar este horror.
-“Padre, confieso que he pecado”.
-“Dime tus pecados hijo”.
-“Padre, he hecho cosas indecibles”.
-“Tu arrepentimiento es la clave para el perdón”, inquirió el sacerdote.
-“Padre!!”, interrumpí, “he hecho algo terrible, he asesinado gente, si, tal vez parezca mentira, pero desafortunadamente no lo es...”. El silencio del sacerdote me dio a entender su sorpresa, pero poco después dijo nerviosamente: -“Co-continua...”.
-“He asesinado, he asesinado por necesidad, necesito de la emoción que me brinda el cortar cuellos humanos como si estos fueran de manteca, el goce pleno de la sangre cayendo por la garganta llegando hasta el pecho y llenando mi alma de plenitud, sé que es un pecado, y aunque no soy muy creyente, siento el peso de la culpa sobre sobre mis espaldas, mas sé que nunca nada me dará la satisfacción que me han brindado esta navaja, la carne abierta y la sangre caliente de mis víctimas en estas últimas semanas. He querido dejarlo pero es mucho más fuerte que yo... Me alimenta!! Me llena!! Y ya no me importa nada, he perdido mi empleo, mi pareja, mi familia y todo, ya no importa por que tengo esto: mi navaja y su sangre y no necesito nada más”.
Una vez más, abandono a hurtadillas la casa de Dios, escapo de la culpa y de la mirada de la gente hasta el anochecer, cuando ellos serán el alimento de mi alma. Una vez más... una vez más dejo en el confesionario el peso de mis pecados, acompañados por un sacerdote cuya sangre ya llego al piso y su carne viva brindó la plenitud y la paz a mi ser... Una vez más...