martes, marzo 22, 2005

La vida de una muerte.

-"Pero mira nada más que tenemos aquí, y se supone que estoy en un cuarto de alta seguridad. Me pregunto; por dónde habrás entrado maldito insecto, no creo que vengas a hacerme compañía, sin embargo no me caería mal un poco de ella ahora, sólo acércate un poco más, eso un poco más y... Toma!, Já, te aplasté! Ahora serás mi compañía hasta que vengan a limpiar mi cuarto, pero para eso faltan algunas horas, por lo menos hasta el desayuno. Lo que me parece verdaderamente extraño es la manera tan fácil en la que te maté, hasta me siento mal, y de hecho siempre me he preguntado: ¿Cómo es posible que vos, siendo un insecto que puede ser congelado por mucho tiempo y después ser descongelado y seguir vivo; vos que sobrevivirías a la radiación completa de una guerra nuclear; vos que se supone que precederás al hombre en la tierra; cómo es posible que vos, maldita cucaracha, puedas morir simplemente de un pisotón?, hasta ridículo suena. Mientras tanto, los hombres que son muy susceptibles a morir de formas en ocasiones hasta ridículas, tienen que aguantarse toda su vida el ser pisoteados sin poder morir, y estoy seguro que es cuando más desearían hacerlo. Todos desearíamos morir en el momento en que sentimos que alguien nos pisotea. Sin embargo esto rara vez sucede, y mucho menos para alguien como yo. Tal vez no entiendas lo que quiero decir con esto último asqueroso bicho pisoteado, pero te lo explicaré, total, en tu estado no creo que no puedas aguantar una historia larga como la mía, pareces tener mucho tiempo para escucharme. Comenzaré por presentarme:
Mi nombre es Cassiel, tengo, si la memoria no me falla, 19 años. Soy hijo de Elizabetha Zúñiga viuda de Von Der Tod, y del prestigiado arquitecto Heber Von Der Tod, fallecido antes de que yo naciera. De hecho su muerte fue una situación determinante en mi vida y eso que yo no había nacido aún. Sucede que mi padre trabajaba en la construcción de una iglesia en las afueras de la ciudad, y ya casi terminada la obra, decidieron subir la cruz en el altar para ver que tal quedaba, pero cuando estaban subiéndola, se reventó la cuerda con que era jalada y la cruz de tres metros de largo que terminaba casualmente en un filo en la parte de abajo, cayó sobre el pecho de mi padre atravesándole justamente el corazón, esto sucedió cuando mi madre tenía ya siete meses de embarazo de su primer y único hijo (y tenían pensados seis más). Mi madre arrancó de su pecho la cruz de oro que había llevado desde su adolescencia tirándola en la chimenea de nuestra casa y, mientras el oro se comenzaba a convertir en una masa pastosa, ella profería toda clase de insultos contra la iglesia que se empeñaba en construir templos por todos lados adjudicándole a esto la muerte de su esposo.
Mi nacimiento fue prematuro, el vientre de mi madre no podía albergar al mismo tiempo la rabia y el dolor por la muerte de mi padre y mi cuerpo de niño de ocho meses así que fui expulsado irremediablemente un mes después de la muerte de mi padre. De hecho, la rabia y el dolor nunca abandonaron el vientre de mi madre, es más, llegaron a invadir todo su cuerpo y a quedarse ahí por siempre. Esto me perjudicó mucho pues, como hasta los pechos de mi madre habían sido invadidos, ella nunca pudo darme leche. De sus senos, que se marchitaron rápidamente, solo salía una asquerosa masa en forma de requesón. Pero no fue todo, como puedes ver, si es que puedes ver, el color de mi piel es distinto, igual que mis cejas y mi pelo, sufro una rara enfermedad, de la cual nunca me aprendí el nombre por parecerme engorroso, que me había confinado a no poder exponerme al sol, según sé, me podría quemar la piel y moriría irremediablemente, así que mi madre tomó sus precauciones y me enclaustró en una gran habitación de la casa, oscurecida totalmente con cortinas gruesas de un color tinto muy opaco que cubrían los enormes ventanales. Pasé mis primeros años de vida a los atentos cuidados de mi madre que veía en mi a todo lo que le quedaba en la vida, sin embargo, a pesar de sus muchos cuidados, siempre fui una persona muy enfermiza, se lo adjudicaban a que mi madre me había parido prematuro, además de no haber recibido leche materna y yo lo creía, hasta que me di cuenta de la verdad.
Cuando tenía seis años más o menos, sucedió algo muy extraño. De pronto, una mañana mi madre entró con mi desayuno dispuesta a despertarme, pero no lo logró por más que lo intentó. Comenzó llamándome, en ocasiones con eso bastaba para que yo saliera de mis sueños, cuando vio que no conseguía despertarme, fue y me movió suavemente, sin embargo ni eso me sacó del sopor, así que me sacudió fuertemente gritándome, primero con furia y luego con preocupación y al final con una gran desesperación. Llamó al doctor que con sólo verme aseguró que yo estaba muerto, mi madre desesperada lo maldijo y le pidió que me tomara los signos vitales para que dejara de decir estupideces, pero después de que el doctor me tomó los dichosos signos no dejó de decir las mismas estupideces “Señora, su hijo está muerto”.
Mi madre lloró desconsolada y apresuró los trámites para el funeral que se celebró esa misma tarde, todos mis familiares estuvieron presentes mientras yo yacía acostado en un gran cajón de caoba forrado por dentro con terciopelo tinto opaco, al igual que las cortinas de mi habitación, todos lloraban desconsolados sin darse explicación alguna del por qué de mi muerte pues, aunque mi madre se culpaba por haber creado a un niño enfermizo y después no haberlo podido alimentar con su leche que más bien era requesón, nadie sabía a ciencia cierta por qué había muerto, si es que había muerto en realidad. Todos fueron pasando sobre mi cajón llorando sobre mi rostro, y cuando por fin mi abuelo se asomó para verme apoyándose en los bordes del ataúd para no caerse, desperté súbitamente de lo que para mí fue un largo y ajetreado sueño. El abuelo al ver que yo resucitaba cayó muerto producto de un infarto provocado por la impresión de verme reaccionar, cuando lo hice tenía la cara empapada de lágrimas ajenas. Todos se alegraron al verme, incluso dentro de la rabia y dolor de mi madre hubo un pequeño hueco para la alegría de verme despertar. Por lo menos no se desperdició nada de lo que habían preparado para mi funeral pues afortunadamente el abuelo ya venía trajeado así que lo metieron de inmediato a la caja, el único inconveniente era la estatura, era un poco más alto que yo, pero esto se solucionó con flexionarle las rodillas y dejarlo en una posición fetal dentro de la caja. Nadie lloró su muerte, ya era muy viejo, además yo acababa de resucitar.
Lógicamente, mi despertar de entre los muertos sacudió por completo a todos, pero cuando se terminó la alegría, de nuevo fui con el estúpido doctor para ver si el podía dar una explicación razonable acerca de lo que me había sucedido. Después de unos análisis se diagnostico que yo tenía catalepsia que es una enfermedad que me produce ataques muy raros, al parecer yo estoy muerto durante estos, mis signos vitales son imperceptibles y mi temperatura baja, pero al salir de estos ataques pareciera que resucito. Se que suena extraño y que a ti te gustaría que te sucediera lo mismo en este momento, pero dudo mucho que esto pase pues te aplasté muy bien a pesar de estar descalzo. En fin, al parecer todo yo era un manojo de enfermedades raras y necesite más cuidados aún. Como ya tenía la edad requerida para entrar en una escuela, mi madre preparó todo para que pudiera recibir clases en mi cuarto oscuro, así que contrató a una institutriz que fuera a mi casa, y así conocí a quien fue el amor de mi vida.
Una mañana, mi madre entró en la habitación y me presentó a Sofía, una joven preparada para dar clases a nivel primaria y secundaria, había estudiado mucho y estaba lista para esa labor. En realidad, lo que yo vi entrar por el gran portón de mi recamara fue a una chica de estatura media, piel muy blanca y cabello oscuro que, suelto, llegaba hasta su cintura con una estupenda caída de aromas florales, en su cara, los ojos azules llamaron mi atención de inmediato, misma que luego se dirigió hacia una nariz respingada, finalizando la inspección del rostro con una boca de labios delgados y un poco húmedos. Seguí recorriéndola con la mirada viendo una blusa de manta con botones al frente, levantada apenas por unos senos relativamente pequeños pero bien formados, la blusa dejaba al descubierto un ombligo que era una rayita vertical muy graciosa para mí pues nunca había visto un ombligo así en mis escasos siete años de encierro, sin embargo, bien conocía la belleza de las mujeres pues mi madre, para ponerme en contacto con el mundo exterior, me mostraba revistas donde aparecían modelos muy bellas, aunque siendo sincero, ninguna como la que sería además la única amiga que he tenido en toda mi vida. Sofía era muy inteligente y rápido supo enseñarme a leer, que en realidad era lo que yo más ansiaba pues en una de mis visitas al exterior de mi habitación, conocí el estudio de mi padre y vi un librero rebosante de obras que estaba ávido de leer. Mi preciosa institutriz, trataba además, de ponerme al tanto de todo lo que acontecía fuera de la casa, fuera de mi habitación, de mi oscuro mundo y en ocasiones, me prestaba libros infantiles que asimilaba tan pronto, como tan pronto me aburrían, así que le pedí que me consiguiera el permiso de mi madre para leer las obras que mi padre tenía guardadas y así comencé a adentrarme en el mundo de la literatura que mi padre prefería.
Al principio mi madre se había negado, y no la culpo, los libros de mi padre me revelaron una verdad que al parecer me habían tenido guardada por mucho tiempo, algunas eran, según me dijo Sofía, obras clásicas del misterio y el terror universal, así que le pedí que me escogiera alguno y me escogió el mejor: “DRÁCULA” de Bram Stocker. Lo leí como un desesperado pues, mientras más leía, más seguro me sentía de algo que sospechaba en base a algunos otros libros que había revisado antes. Yo, mi blátida amiga, soy un vampiro.
Imagina el choque que causo en mi mente de doce años esta revelación, me di cuenta de que mi anormalidad estaba más allá de nombres de enfermedades engorrosos, de ataques que me dejan muerto y luego me devuelven a la vida, más allá de ser enfermizo por no haberme alimentado de leche, mi supuesta anormalidad estaba más allá de la comprensión humana.
Por años mantuve oculta esta información, mismos en los que buscaba desesperadamente más respuestas a mi incesante duda acerca de esta situación, pero todos los libros de vampiros me daban la razón. Por supuesto, no todo en mi era lo clásico del cliché vampirístico, yo si me reflejaba en espejos, mismos en los cuales descubría a un ser de aspecto tétrico, muy delgado y pálido, con ojeras prominentes de aspecto amoratado, las cejas, pestañas y cabello blancos, los pómulos saltados y la boca casi parecía un hacico de perro o lobo, era realmente desagradable, siempre lo fui, y con el tiempo empeoraba. Sin embargo, contaba con el cariño de mi madre y de Sofía , con la cual había convivido ya, nueve años de mi vida, me había visto como a un adorable niño al que se dedico a cultivar y ahora era un joven de 16 años que le servía de amigo y confidente. Un confidente que no se atrevió a revelarle su secreto, que no quiso explicarle que, si no se podía exponer al Sol, era porque moriría debido al vampiro que llevaba dentro, que si no había muerto a los 6 años, era por un puente que tenía entre la vida y la muerte, mismo que había cruzado dos veces más en esos diez años después de la primera vez, que sabía que la muerte de su padre fue debida a la cruz que sirvió de estaca en su corazón, y no porque fuera un hombre normal, sino porque solo así podría morir, además de creer que en realidad si le hacía falta un líquido vital para no haber sido tan enfermizo, pero que sin embargo, no era precisamente leche lo que le fue negada de su madre, sino un fluido vital que cada vez sentía que le hacía más falta, la sangre de alguien ajeno a él.
No me atrevía a contárselo a aquella hermosa mujer que estaba a punto de entrar en su tercera década y seguía viéndose tan radiante como la primera vez que la vi, aunque sentía mucha necesidad de decírselo y proponerle que fuera mi mujer hasta la eternidad, tenía que juntar mucho valor para hacerlo. Mientras tanto, seguía viendo mis cambios en el gran espejo de la habitación y realmente no había muchos, salvo los frenos que me mando poner mi madre en los dientes, tal vez para evitar que los colmillos que tenía destinado se notaran mucho. En cierta forma estaba convencido de que mi madre sabía el destino que me deparaba, pero los colmillos nunca me salieron y no por los fierros de mi boca, sino por la falta de calcio, ahora si, atribuible al jocoque (Yogurt ácido) en vez de leche de mamá.
Aún cuando ya había decidido decirle a Sofía mi situación, espere un año más para hacerlo, y llegado el día que había planeado, preparé un juego que, de haber sabido las consecuencias, hubiera preferido no hacerlo. Ese día llego Sofía como cada domingo y se sentó en una gran silla que siempre ponía junto a mi cama como si estuviera visitando a un enfermo convaleciente. Comenzamos a charlar como siempre, y de repente le dije:– Hey, Sofía. Vos y yo somos buenos amigos y conversamos de todo lo que nos sucede, ¿verdad?- Esto hasta a mi me sonó raro ya que, encerrado en mi habitación, no me sucedían muchas cosas en realidad.
-Por supuesto - Me contestó con su fina voz.
-Pero apuesto, mi querida amiga, que con todo y eso nos hemos de tener algunos secretos, o no?-
-Bueno Cassiel, en realidad hay algunas cosas que no te he contado de mi vida.- Y al decir esto la vi sonrojarse, cosa que me hizo sentir celos imaginando cosas que pensé me ocultaba. Ahí fue donde me di cuenta de que no debí de haber iniciado aquel estúpido juego, sin embargo ya estaba en él y debía llevarlo hasta confesarle la verdad, pero antes la dejaría hablar a ella.
-Y dime, te gustaría contarme alguno de esos secretos?, con la seguridad de que también yo te contaré a ti un gran secreto de mi vida, por supuesto.-
-No sé. En realidad me avergüenza contarte, aunque tengo muchas ganas de hacerlo.-
-Vamos Sofía, te aseguro que yo sabré guardar tu secreto como si fuera una tumba.-
Mis palabras fueron precedidas por un viento que abrió las ventanas emparejadas de mi habitación, poniendo a volar las cortinas que en ese momento, con la luz de la Luna que entró junto con el viento, me hacía notar que el color tinto oscuro (que también me recordaba el ataúd que compartí con mi abuelo) era en realidad el color de la sangre que pareció entrar a borbotones simulados por las cortinas. Sofía se paró a cerrar las ventanas y cuando las cortinas cesaron de moverse, salí de mi trance aún más convencido de que me urgía la sangre de alguien para calmar mis ansias y sentirme más completo. Mi amiga volvió con una sonrisa cómplice y maliciosa dispuesta a contarme algún secreto de su vida y así lo hizo.
-Mira Cassiel, he descubierto algo en mí que me hace sentir apenada y que sin embargo disfruto muchísimo... soy una ninfómana amigo mío, Sabés lo que eso significa, verdad?- Yo asentí con la cabeza y ella prosiguió helando mi ser a cada palabra que decía. Me confió que aprovechaba la posición que tenía como maestra titular en una secundaria para seducir a sus alumnos, además de haber sostenido relaciones con varios maestros de la misma institución y en situaciones muy inverosímiles como en un laboratorio de Física durante un receso, con el encargado del lugar o en el cuarto de un alumno mientras decía darle clases para reponerse, en fin, durante una hora estuve escuchando sus aventuras sexuales y sentí el cuerpo, ahora si, como un enfermo convaleciente sumiéndome en mi cama con gran pesadez. Cuando terminó, me dijo que le apenaba mucho haberme contado todo eso y que sin embargo se sentía muy cómoda de haberlo hecho y me pidió que le contará yo algún secreto que tuviera. Le dije que ya era muy tarde y que lo haría en la siguiente ocasión en que nos viéramos, y ella estuvo de acuerdo, pero yo estaba convencido de que no habría esa siguiente ocasión, me sentía humillado, pisoteado y deseaba morir. Que paradójico, yo casi inmortal como tú, deseé haber muerto con ese pisotón, ¿cómo podía ser posible? Yo teniendo una eternidad por delante, llegue a pensar que no quería vivirla sin ella, suena cursi mi difunta amiga reptante, pero así fue.
Mi amiga volvería tal vez en una semana, así que debía apurarme para no volver a verla, mi decisión era tajante y sabía la manera de hacerlo.
Dos días después de su visita, me preparé para ver por primera vez, y esperaba que también por última un amanecer en pleno. Coloque la silla en la que se sentaba Sofía frente al gran ventanal de mi cuarto y me senté a las cinco de la madrugada a esperar los primeros rayos del Sol. Estos llegaron a las seis y treinta, eso me daba una hora antes de que entrará mi madre a llevarme el desayuno, pensé que sería suficiente para quemarme y morir. Pero no fue así, mamá entró en mi habitación quince minutos después, al ver luz solar bajo la puerta y aunque yo no había muerto, si estaba desmayado con un grado de insolación severo y quemaduras apenas de segundo grado, lamentablemente me alcanzaron a salvar.
Duré una semana y media en el hospital, durante la cual, mamá se la pasó hostigándome con toda clase de regaños, preguntándome acerca de mi acto suicida, permanecí mudo hasta el último día de hospitalización, mismo en el cual di por terminadas las interrogantes de mi madre haciéndole un gran chantaje que me trajo una recompensa. Utilizando mi más lastimosa y arrepentida voz, le dije a mamá que lo único que había deseado con aquella acción era ver un amanecer, ya que nunca había salido de la casa, ella se conmovió tanto que se desbordó en lágrimas y al día siguiente de que llegue a casa me regaló un automóvil con la consigna de que solo podría ser utilizado de noche y que mis salidas deberían ser espaciadas y yo accedí, a final de cuentas solo tenía en mente una salida por el momento y ello implicaba... venganza.
Sofía me visitó al siguiente domingo, dos semanas después de su última y lacerante visita y en esta ocasión me encontró realmente convaleciente en cama, no había ido al hospital para no toparse con esta imagen, pero dadas mis condiciones era inevitable que me viera así, aún en esos momentos, semana y media después de mi auto-atentado. La noté con algo de lástima y esto acrecentó mi desprecio que ya de por sí experimentaba hacia ella. De cualquier manera le conté que mi madre me había comprado un coche y que deseaba salir a conocer algún lugar para salir de la rutina de mi habitación, al verla hacerse la desentendida le especifiqué que quería que ella me acompañara, al principio se mostró sorprendida y pude ver un poco de horror en su rostro aunque trató de disimularlo con una falsa y estúpida sonrisa. Su temor a ser vista conmigo (creo que realmente esa fue la fuente de su desconcierto) disminuyo cuando le dije que quería conocer el bosque de La Primavera que estaba fuera de la ciudad, y que dadas mis condiciones permanentes, tendría que ser de noche así que por fin aceptó con mucho menos desagrado que al principio. No la culpo del todo, aparte de mi desagradable aspecto físico, las quemaduras le habían traído a mi piel una especie de escamas realmente asquerosas, y las que se iban cayendo, dejaban ver yagas que supuraban pus y sangre, por algo le daba pavor que me vieran con ella, la mujer más hermosa que había conocido, sin embargo en un bosque y de noche, todo eso no sería problema, así que acordamos la cita para el viernes siguiente, ella iría a mi casa y conduciría hasta el lugar, yo apenas sabía mover el carro por las escasas clases que recibí del chofer alguna vez.
Durante los días anteriores a la gran cita yo fui preparando algunas cosas, le dije al chofer de la casa que me diera clases de manejo intensivas, las cuales aproveche muy bien, y tenía que hacerlo, alguien tendría que manejar de regreso, “Yo” tendría que manejar de regreso. Llene mis brazos primero de pequeños rasguños y luego de cortas heridas probando el filo de mis frenos bucales, eran perfectos, y me afile las largas uñas que no me había cortado desde dos días antes de ingresar al hospital, siendo que a mí me crecen rápidamente. Estaba listo y solo faltaba ella.
Llegó puntual a la cita y salimos rumbo al bosque. Llegamos después de una hora de camino, era extraordinario, algo que yo solo había visto en fotos o en televisión, un lugar lleno de magia; árboles por ambos lados del sendero que atravesábamos, se escuchaban sonidos nuevos para mi, insectos, animales nocturnos, viento sobre las hojas, hojas muertas que eran pisoteadas por la lentitud del auto y crujían en una rara y seductora agonía post-mortem, ella me dijo que disfrutaba mucho el sonido de las hojas secas al ser aplastadas, me redescubrió su instinto sádico de aplastar seres indefensos y escuchar como se lamentaban. Le pregunté en tono irónico si sentiría igual de placentero al pisar cadáveres humanos secos, volteó a verme extrañada y terminó sonriendo complacientemente, como si mi comentario hubiera resultado estúpido para ella.
Por fin le pedí que se detuviera en algún lugar, entre muchos árboles y al hacerlo baje a contemplarlo todo pero ahora en pleno contacto, corrí a abrazar un árbol y sentí su corteza, recogí hojas del suelo maravillado y ella comentó que a un cadáver no lo hubiera podido levantar con igual facilidad. “¡Ja, ja!” Para ella, “¡Estúpida!” Para mis adentros. Estuvimos casi una hora platicando de tonterías, en realidad lo que yo hacía era empaparme de la frialdad del aire bucólico nada parecida al encierro sofocante de mi habitación. Ella pidió que fuéramos a otro lugar, un arroyo que estaba cerca y yo accedí, no conocía tampoco los arroyos. Ahí los sonidos eran otros, la gracia del agua corriendo, lo gracioso del cantar de la ranas, su voz dulce e hiriente:
- Qué te parece Cassiel?
- Es realmente sorprendente, mejor de lo que imaginé, me fascina, es el lugar indicado para...
- ¿Para qué amigo mío?
No me atreví a decirle la verdad, hubiera sido estúpido, cómo decirle que era el lugar indicado para matarla, para iniciar mi nueva vida, mi plenitud, mi verdadero nacimiento, así que mentí, con algo que tiempo atrás hubiera sido verdad.
- Para decirte que te amo Sofía.-
Su cara de asombro decía mucho, no dejé que su boca dijera nada, me acerque y la besé. Al principio me rechazó, pero después pareció gustarle, total, con los ojos cerrados se podría haber imaginado que yo era cualquier otro.
Ya sintiéndome victoriosos de haber invadido sus labios busque la manera de herirla en las encías con los frenos y lo logré, se apartó de mi con un sobresalto y yo me disculpe por compromiso, aunque aquel sabor era verdaderamente embriagador, la abracé tiernamente y continué besándola, de sus encías heridas aún salía un poco de sangre que me estaba volviendo loco, sin embargo supe que no era suficiente.
Me las ingenié para comenzar a besarle el cuello, pero pensé que si me movía demasiado rápido no concretaría mi fin, así que obré con cautela, no sin antes dejar una pequeña y nada dolorosa mordida como punto de referencia de a donde debería volver. La situación fue más allá de mis propios objetivos, cinco minutos después, ya estábamos ambos desnudos teniendo relaciones sexuales a la orilla del arroyo, ella gritaba y gemía y yo me espantaba, recuerda que todo esto era nuevo para mí, sin embargo aproveché su estado casi hipnótico para volver a la marca que había dejado y, ahora sí, le mordí el cuello con la furia del hambre de sangre que sentía, ella lo notó pero siguió metida en el acto sexual que para mi carecía totalmente de importancia, entraba y salía de su sexo sin experimentar placer alguno, mi placer estaba enfocado en los inmensos borbotones de sangre que salían de su yugular abierta.
Cuando ella pareció alcanzar el orgasmo que tanto buscaba, apenas alcanzó a notar que su cuello se desangraba y lanzó un aterrador grito que hizo resonancia y causo caos en aquel tranquilo lugar. Estaba asustada y yo, aunque me estaba causando un gran éxtasis en ese momento, aún la odiaba por haberme lastimado, además sus gritos me sacaban de concentración, tomé una piedra que estaba a la mano y la descargué sólo una vez contra su frente, eso fue suficiente para que se callara.
Cuando yo hube saciado mi ya prolongada sed de sangre supe que tenía que huir, pero sabía que dejar a Sofía viva me traería problemas. Subí al carro y la arrollé un par de veces dando hacia delante y hacia atrás. Ahora era mi turno de pisotear y comprobé que también se escuchaba divertido el crujir de un cuerpo humano cada vez que era pisado.
Salí de ahí a toda prisa y me di cuenta de algo al llegar a carretera... no era igual que manejar rodeando la manzana de mi casa, así que tuve un desastroso accidente que me dejó en terapia intensiva tres meses custodiado por policías ya que, aunque arrojé al arroyo el cuerpo de Sofía con la esperanza de que desapareciera, no conté con que se atoraría en una rama diez metros después de donde la puse a navegar.
Se me consideró un asesino brutal y tras algunas estúpidas pruebas aplicadas por algunos estúpidos psicólogos, los cuales no entendieron mi naturaleza sobrehumana, se me consideró enfermo y fui de nuevo confinado a la oscuridad y soledad de una habitación.
Ni siquiera mi madre me visita ya, después de aquel incidente donde de nuevo le hice chantaje culpándola de nunca haberme amamantado y le pedí que lo hiciera. Mi madre consternada y aturdida, sacó su teta y me la ofreció, no desaproveche la oportunidad de morderla esperando sacar algo de sangre de ahí, aunque solo salió un requesón que sabía a mucho tiempo de añejado y mi madre salió despavorida dejándome abandonado para siempre y con un asqueroso sabor a boca momentáneo.
Tuve sin embargo noticias de Sofía, aunque no lo creas, después de su muerte. Sucede que durante la autopsia reglamentaria, le encontraron SIDA y quisieron hacerme unos análisis, en ellos resultó que yo también tengo esa enfermedad o por lo menos, el virus de momento y creen que tal vez muera a causa de ello.
Pobres ilusos, antes de verme morir, mi momentánea amiga, te aseguro que ellos y sus descendencias ya lo habrán hecho.
Algún día se cansarán de tenerme aquí y saldré a una nueva vida, y cuando eso pase reinará el pánico y el desconcierto entre los simples mortales.